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¡Aquí no hay quien viva!

Vivo en una comunidad de vecinos cuyos fondos económicos son un desastre. Tanto, que sospecho que el futuro va a ser complicado para mí y para los que vengan detrás. Ya no hay dinero para pagar la luz, el agua y demás servicios básicos por los que, sin embargo, contribuyo, junto al resto del vecindario, mes a mes. El presidente, vicepresidente, tesorero y demás integrantes de la Junta Directiva dicen que la culpa es de los bancos (por no dar créditos), de los especuladores (que deben de ser muy malos, pero no dicen quiénes son) y de  la anterior junta directiva (que cuando opina devuelve la acusación).

En el portal hay vecinos para todos los gustos. La mayoría pasa de todo: nunca van a las reuniones de la comunidad y no les interesan las cuentas ni aportan soluciones a los problemas que nos aquejan, a no ser que falle la televisión. Entonces sí, aparecen, protestan, exigen sus derechos. Otros, ni eso; son de esos que llevan aquí veinte años y todavía no conocen a sus vecinos de portal. Vamos, que no se enteran y que prefieren creer que quienes nos representan y gestionan nuestros dineros son buena gente.  Yo esto no me lo creo y, como yo, algún otro. Pienso que todo esto que está pasando con la economía de mi comunidad tiene que ver con la falta de decencia de quienes la administran, el resultado de desvalijar  los fondos comunitarios durante mucho tiempo y con mucho exceso. Yo creo que otros vecinos también son conscientes, pero no lo dicen, seguramente,  porque algo les va en ello: alguna comisión, o simplemente algún café con el último vocal de la directiva o una palmada en la espalda (¡miseria humana!)

Lo peor de todo es la solución que proponen. ¡Quieren que seamos los propios vecinos quienes repongamos lo que ellos nos quitaron! Nos suben la comunidad y nos llueven continuas derramas para evitar que todo esto se vaya al garete.  Además, estamos desprotegidos, pues el régimen interno de la comunidad no exige responsabilidades personales a quienes meten la mano en el cajón. Es más, el desvío de fondos públicos a sus amiguetes queda amparado por ley, mediante un complejo entramado administrativo y clientelar que nos está llevando a la ruina.

En el país de la picaresca, parece inevitable que quienes manejen los caudales públicos marchen con algo. El asunto es el cuánto.  La irresponsabilidad en la que están cayendo nuestros dirigentes es clamorosa, pues a este ritmo no va a quedar nada para sus sucesores (familiares en muchos casos). Si sólo trincasen lo justo, las generaciones venideras de gestores podrían seguir haciéndolo indefinidamente sin poner el peligro su futuro y de paso el de los vecinos, que aunque bien poco les importamos, iríamos tirando. Es la esencia de la sostenibilidad, de la que tanto se habla.

Señores políticos, pónganse de acuerdo y roben lo justo, aunque sólo sea por el bien de los suyos ¡Ley de Latrocinio Sostenible Ya!

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